La historia de un hombre que murió bajo las balas que no eran para él
Juan Ayala salió de su casa el sábado pasado para ir a la carnicería. Entonces desde una moto le dispararon a un pibe y los tiros le dieron a él
Juan Ayala tenía 35 años y este mes la vida para él se presentaba distinta: se preparaba para entrar como empleado efectivo en el frigorífico «Litoral», donde ya trabajaba como contratado. Lo hubiera festejado con un asado para su familia, sus amigos y sus vecinos de siempre de calle Dorrego al 100, en la entrada a la barranca que da al río, en Villa Gobernador Gálvez. Estas vacaciones de invierno habría llevado a las nietas de su mujer al «parquecito», o al río. Pero nada de eso sucederá. El sábado 8 de julio «Juancito» quedó en medio de un tiroteo cuando salía de su casa. Dos tiros le perforaron el cuello y lo tumbaron en la vereda. Después de una agonía de tres días murió. Su familia, sus amigos y más de 300 vecinos fueron a despedirlo hasta el cementerio y «los que tiraron con armas ese día, aún dan vueltas por el barrio», cuenta Daniela, su viuda.
La calle Dorrego de Villa Gobernador Gálvez es asfaltada y se angosta a medida que se acerca a la barrancadel Paraná. Las penúltimas viviendas son de material; las últimas, un rejunte de chapas que dan a pasillos cortos. No son más de diez familias con varios integrantes cada una. El alumbrado público es escaso y los últimos cien metros de la calle ya perdieron el asfalto. Sólo es un mejorado que con las lluvias se convierte en barro espeso. La casa de Juan y Daniela es una más. Está hecha con esfuerzo. Al entrar hay un comedor, al frente una cocina y a un costado, sobre un mueble de madera viejo pero recién pintado, un televisor led de 20 pulgadas. Una mesa, seis sillas y una buena heladera.
«Esta casa la hizo Juan, trabajamos mucho para ésto. Yo trabajaba en dos lugares y él estaba como contratado en el frigorífico y además trabajaba en todo lo que podía: pintaba, era albañil y era un padre para mis tres hijos, que no eran suyos pero los crió él», recuerda Daniela.
Pasadas las 12.20 del último sábado Juan Ayala salió de su casa para ir hasta la carnicería a comprar unas milanesas porque Daniela había cocinado una tortilla y a él «le gustaba comer y se quejó porque íbamos a almorzar sólo eso. Cuando salió a la puerta escuché unos tiros y cuando me asomé lo vi tirado», dijo la mujer entre sollozos.
Persecución
Dos minutos antes de que Juan saliera, a 30 metros de la casa situada en calle Dorrego al 100, muy cerca de la bajada a la barranca, dos personas en una moto corrían a un muchacho como si fuera una cacería. El chico, desesperado, enfiló hacia el lado del río para escapar de los tiros. Juan vio eso y después sintió dos golpes secos en el cuello. Después no sintió nada más. Las balas lo alcanzaron en la médula y la base del cráneo. «Si quedaba vivo no iba a poder hablar, ni caminar ni nada. La mitad del cerebro no le funcionaba y quedaría en cama para siempre», contó Georgina, de 31 años y hermana menor de Juan.
Daniela, que sabe lo que sucedió, aclara que le «contaron todo». Entonces dice que «había dos personas en una moto, a uno le dicen «Brasilero» y vive en el barrio de Pueblo Nuevo de Villa Gobernador Gálvez. Estos dos se encontraron en el almacén de Tomasito con otro pibe que parece que les había robado una moto. Entonces sacaron un par de armas y empezaron a los tiros contra el pibe. A ese chico medio que lo conocen en el barrio, pero yo no lo conozco. El que era perseguido pasó por la puerta de mi casa y se fue para la barranca mientras éstos le tiraban, «Juancito» salió justo y me lo mataron así». Daniela hace una pausa y un aliento largo y contenido, a medias ahogado, le corta la frase.
Una vecina que se mete en la charla dijo a LaCapital: «Era mediodía y por suerte no había nadie en la calle». Sin embargo no toma en cuenta que Jeremías, de 10 años y sobrino de Juan, estaba junto a su tío y lo vio morir. Juan cayó al lado de un tanque de agua, después todo fue gritos y manos para ayudar. Los vecinos llamaron a la ambulancia, que no llegó nunca, y ante la falta de asistencia lo cargaron a Juan en una chata y lo llevaron al Hospital Gamen. De allí una ambulancia del Sistema Integrado de Emergencias (Sies) lo trasladó al Hospital Provincial de Rosario primero y luego fue derivado al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez, donde murió el martes pasado a media mañana.
Ese día Daniela había ido a la Fiscalía de Homicidios para ampliar la denuncia que ya había hecho el sábado 8 en la comisaría 25ª. Tuvo algún problema burocrático para dar con los fiscales, pero unas horas después pudo contar lo del «Brasilero»; que un auto también pasó por el lugar y que a ella le dijeron que de ese vehículo también dispararon; que un pibe corría hacia la barranca y lo que le fueron contando vecinos que «vieron todo». Ayer volvió a la Fiscalía porque de todo lo que le contaron, algunos hechos en realidad no sucedieron: «Me dijeron lo del auto, pero no es verdad, de allí no salieron balas y eso lo tengo que aclarar», remarcó.
Aportes sin respuestas
Los familiares dieron direcciones de los muchachos que tiraron y en las denuncias «está todo claro», señalaron casi indignados. Pero esta semana varios vecinos de la familia vieron a uno de los pibes que disparó dando vueltas por la avenida San Martín de Villa Gobernador Gálvez «como si nada».
Para describir a Juan Ayala, a Daniela le faltan frases. «Cuando él se vino a vivir conmigo mis hijos: Karen, Hernán y Rocío, eran chicos. El hizo esta casa, levantó techos y trabajó como pescador, changarín, de todo. Una vez con la sangre del pescado se agarró una infección en un ojo y al final lo perdió, tenía un ojo de vidrio, pero eso no lo paraba, el quería trabajar y comer. Ahora vacié la heladera y encontré ristras de chorizos, asado. A él le gustaba cocinar y estar con mis nietas», dijo.
Todo a pulmón
Georgina, la hermana menor de Juan, le recuerda cuidándola, «trabajando para que no les faltara nada, haciendo chistes. Mi papá murió cuando los cuatro hermanos éramos chicos y «Juancito» pasó a ocupar ese lugar. No sabía leer ni escribir pero con sus dos manos hizo mucho», contó.
Si Juan Ayala hubiera vivido en otro lado, lejos de ese barrio extramuros de Villa Gobernador Gálvez y las balas lo hubieran encontrado en un lugar céntrico de cualquier ciudad; o si hubiera sido letrado o profesional en vez de analfabeto, su caso hubiera llegado a la televisión y a los titulares de la prensa. Juan nunca tuvo antecedentes, siempre trabajó y cuando lo enterraron, el jueves 13 de julio, decenas de vecinos lo despidieron y contaron anécdotas como si ese hombre fuera un hermano que se elije. Por eso Daniela repite a cada rato: «Como él no va a haber otro». Y respira hondo.
Fuente: La Capital – por Claudio Berón / La Capital